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23 de Noviembre de 2012

Una emprendedora en el mundo del té

Entrevista con Inés Bertón, con su marca Tealosophy se consolida en el mercado.

La historia curiosa de una mujer de mucho empuje, sensibilidad y buenas ideas. Lo justo y necesario para haberse convertido en una brillante buscadora de té.

 

Detrás de las mejores mezclas de tés hay mucho más que una nariz privilegiada. A este raro don, la a-rgentina Inés Berton que ha preparado mezclas para los más diversos degustadores, le suma verdera dedicación a su oficio.

Inés Berton —tea searcher, sumiller de té, una de las doce narices del mundo capaces de distinguir cinco mil "notas" distintas y reconocer una cosecha con el sólo rastro de su aroma— vive más de la mitad del año fuera de Argentina, y buena parte de ese tiempo lo pasa en un avión. Y, aunque parece una paradoja ideada por algún demiurgo cínico, es altamente fóbica a los aviones.

En la tienda hay latas de té, aromas diversos —clavo de olor, canela, manzanilla, jengibre, pimienta, maderas, humos, toronjas, naranjas, mandarinas—, muebles orientales, coladeras, cucharitas, teteras, cuencos.

_Mi nariz era una tortura. Todos los olores me descomponían. De chica me quería operar. Era una pesadilla. No le gustaba oler, pero le gustaba pintar. Después de terminar el colegio, con la vocación extraviada, marchó a París, donde vivió un año sola, volvió a Buenos Aires, estuvo un tiempo y se fue a Nueva York.

—Yo tenía 21 años. Pensaba quedarme una semana visitando a una amiga, pero me quedé siete años. Me gusta vivir en distintos lugares, sentir que el mundo es mi casa. En Nueva York empecé a trabajar en el museo Guggenheim del SoHo. En el subsuelo había una casa de té, The T. Emporium. Yo iba a tomar té, y me preparaba mis propias mezclas. Después los clientes decían: "Quiero lo mismo que ella". Al fin Miriam Novell, la dueña, me ofreció trabajar ahí por dos y medio dólares la hora.

En la trastienda de esa casa fue donde Inés encontró la vocación. Su nariz floreció al golpear con el aroma de las mejores cosechas del mundo: capullos de exquisito té blanco, chais de la India —preparados con clavo, jengibre, algo de pimienta y otras especias—, carísimos tés Oolong de la región de Fujian. Su nariz —desmesurada— ahora era un tesoro.

—Un día Fumiko, una mujer japonesa que era como la reina del T. Emporium, que no me prestaba la menor atención porque yo era su empleada, me dijo: "A ver, haz un té". Preparé uno con una hebra de un té verde que se llama Gunpowder Imperial, una base de té negro, rosas, lavanda y vainilla. Ese té terminó siendo uno de los mejores del mundo, porque lleva el único té verde que tiene el mismo tiempo de infusión que el té negro. El té verde infusiona en mucho menos tiempo que el negro, y yo encontré esta excepción a la regla. Es fantástico el resultado, porque te da el aroma del césped que tiene el té verde con la tierra del té negro.

Quizá por eso, porque necesita sentirse como en casa, lo primero que hace cuando aterriza en Francia, en Japón o en Nueva York, es pedir unas rebanadas de pan tostado.