Su nombre es:

Carmelo Rodero

, el mismo de su bodega, y le gusta venir a Colombia por tres razones: "La calidez de su gente" y sus "ganas de aprender sobre el vino", y porque tiene la convicción de que aquí el vino se abrirá camino en una forma importante.

¿Su familia hacía vinos?

Vengo de una familia de agricultores. Y aunque mis abuelos hacían vino en lagares, era solo para su consumo. Yo fui el primero que se dedicó a esto en serio. Comencé a plantar viñas a los 17 años y muy pronto me salí de la cooperativa del pueblo, porque propuse hacer vinos de mayor calidad, pero nadie me hizo caso. Y después de muchos años de venderle mis uvas a Vega Sicilia (una de las bodegas ícono de España), en el 88 tomé la decisión de hacer mi propia bodega. En 1991 sacamos nuestra primera añada.

¿Cómo definiría el estilo de vinos que le gusta hacer?

A mí me gusta hacer vinos que, de un lado, sean contundentes, que te llenen la boca y que muestren estructura y potencial de fruta, pero, al mismo tiempo, que sean sumamente elegantes y equilibrados y que puedan ser bebidos con facilidad.

¿A qué atribuye tanto premio y reconocimiento en tan corto tiempo?

Son varios factores. Primero, que hacemos vinos a partir de un clon autóctono de la zona, un tempranillo que nos da una uva más concentrada. Segundo, el terruño. Tercero, porque usamos un sistema de vinificación propio, que patentamos y que nos permite extraer entre el 60 y el 70 por ciento de la pepita de la uva, lo cual nos facilita eliminar muchos taninos verdes. Cuarto, que rara vez sobrepasamos los 4.000 kilos de uva por hectárea, pues para mí está muy claro que la cantidad riñe con la calidad.

¿Qué tanto ha incidido la incorporación de su hija, elegida entre los 10 mejores enólogos jóvenes de España?

Es lo más importante que le ha pasado a nuestra bodega. Con Beatriz, que estudió enología en Burdeos, hemos dado un giro. A mí me gustaban los vinos más clásicos, más contundentes, pero Beatriz, que es una profesional muy preparada, nos está llevando a vinos más complejos, más elegantes, más modernos. Y todo esto sin perder nuestra esencia.

¿Y no hay peleas entre el papá bodeguero y la hija enóloga?

Las diferencias son inevitables en un mundo tan subjetivo como el del vino, pero tenemos una relación inteligente: cada uno escucha el punto del otro y al final siempre llegamos a un acuerdo.

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