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Los años de la capital virreinal (1776-1810) signaron el comienzo de un largo proceso de regularización y reordenamiento del espacio urbano, sustentado por las ideas iluministas que se continuaron y reformularon por ingenieros e higienistas a lo largo del siglo XIX. Los 32.000 habitantes de 1778, fueron 42.500 en 1810. Hacia 1869, según se desprende del primer censo nacional, la ciudad alcanzaba los 187.126 habitantes, en tanto 55.089 personas vivían en los territorios de campaña que más tarde constituirían los 25 partidos aledaños de la provincia. Según los criterios de los ingenieros e higienistas que trazaron los pueblos de la campaña e continuó controlando el crecimiento urbano sobre la base de una regularidad que debía organizar el espacio y la sociedad. Tempranamente se reorganizaron los suburbios, se emplazó el Cementerio en Recoleta al Norte en 1822 y se crearon nuevos mercados, futuras estaciones de ferrocarril al norte, al sur y al oeste. Se consolidaron los tres caminos de expansión de la ciudad, sobre los que se dibujarían las líneas ferroviarias desde 1858. Los puentes sobre el Riachuelo facilitaron el desarrollo. Desde la mitad del siglo, las obras públicas y los proyectos de infraestructuras cambiaron la fisonomía del centro de la ciudad. Surgió una amplia gama de edificios públicos, por un lado, y conventillos, bodegones y hoteles, por el otro, los cuales serían el hábitat precario de los nuevos sectores populares. En este proceso de transformación, de capital Virreinal a capital de la República, se asiste a una etapa de modernización temprana, cuando la ciudad y el territorio se reorganizan en función de su rol de cabecera de alcances crecientes. Construcción del espacio nacional, sistema urbano centralizado, políticas inmigratorias y obras públicas, fueron los ejes que gestaron las condiciones para la transformación estructural del final del siglo XIX.