Julieta terminó de lustrar los zapatos de ir a la escuela. Cierto que
ella hubiera preferido poner las zapatillas rosas con estrellitas, las
que le había regalado su madrina para el cumpleaños número seis. Pero
la mamá dijo que esas zapatillas eran una pura hilacha y que qué iban a
pensar los Reyes Magos.
–Ya que estamos, Julieta –aprovechó la mamá–, dámelas que te las tiro de
una vez por todas a la basura. Porque a la mamá de Julieta no le gustaban
las cosas gastadas o con agujeros. Tampoco le gustaban las cosas sucias o
desprolijas. Y siempre tenía la casa limpia, reluciente y olorosa a pino.
Debía de ser por eso que la mamá de Julieta no podía ni oír hablar de perros.
–Perros en esta casa, jamás –decía–. Los perros ensucian, rompen todo y traen
pestes. Así que en la casa de Julieta no había perros, había tortuga. Y no
es que Julieta no le tuviera cariño a la Pancha. Pero la Pancha era medio
aburrida, y se la pasaba durmiendo en su caja. Lo que Julieta quería –y lo
quería con toda el alma– era un perro. Un perro que le lamiera la mano y la
–¡Julieta! –dijo la mamá– Sacá la basura a la calle y vení a comer...
A Julieta no le gustaba nada sacar la basura, pero hoy tenía que portarse
muy bien porque era un día especial. Así que agarró la bolsa de la basura
–con sus zapatillas adentro, claro– y, sin protestar, atravesó el pasillo y
la dejó en la vereda, al lado del arbolito.
Mientras hacía esfuerzos por dormirse, Julieta pensó que ella, a veces, no
la entendía a su mamá. ¿No era, acaso, que los Reyes Magos, tan poderosos y
tan ricos, se habían atravesado el mundo entero para ir a llevarle regalos a
un pobrecito bebé que ni cuna tenía? ¿Y esos Reyes se iban a asustar de sus
zapatillas gastadas? Pero bueno, mejor pensar en el perro, que a ella le
encantaría blanco y medio petiso. Y Julieta se quedó dormida.
A la mañana siguiente, Julieta se despertó tempranísimo. Allí, junto a sus
zapatos brillantes, estaba el perro.
–¿Viste, nena? –dijo la mamá–.
¡Un perro, como vos querías! Mirá:
si le tirás de acá, mueve la cola y las orejas...¿Estás contenta?
No. Julieta no estaba contenta. El perrito que le habían traído los Reyes
era más aburrido que la Pancha. Porque la Pancha, por lo menos, estaba viva,
aunque a veces mucho no se le notara. Este perrito no le lamería la mano a
Julieta, ni le robaría las galletitas, ni nada de nada.... ¿Es que los Reyes
se habían equivocado? Pero cuando, al rato nomás, Julieta salió a comprar la
leche, pensó que no, que los Reyes Magos nunca se equivocan: al lado del
árbol, con una de sus zapatillas entre los dientes y la otra entre las patas,
había un perrito blanco y medio petiso. El perrito la miró a Julieta y, sin
soltar las zapatillas, le movió la cola. Entonces Julieta lo agarró en brazos
y corrió a su casa gritando:
–¡¡Mamaaaá!! ¡¡Mamaaaá!! ¡¡ Los reyes me pusieron uno de verdad en las zapa!!
La mamá salió al pasillo y lo único que dijo fue:–¡Ay, mi Dios querido!
Pero se ve que no se animó a despreciar un regalo hecho por los mismísimos
Reyes, porque después de un rato de mirarla a la hija y al perrito, agregó por
lo bajo: –Entren nomás, que este perrito necesita un baño de padre y señor mío...

de Graciela Cabal